autocuidados done right

¿Seré capaz de escribir un artículo sobre autocuidados sin mencionar, y menos aún recomendar ni yoga, ni mindfulness, ni
mascarillas de carbón activo? Si te soy sincera, no lo sé, porque ya solo al pensar en esa palabra, no veo más que dos rodajas de pepino en mis ojos. O sea, nada. Oscuridad. Y al final del túnel, una pequeña luz que ilumina la salida: una esterilla de Lululemon al precio irresistible de 70 euros.

Entre las cookies de Instagram e influencers de “buenas vibras siempre”, no queda mucho margen de imaginación para asociar a estos cuidados algo que no sea lo previamente mencionado. Esto hace que una podría pensar que nuestro bienestar está a solo dos clics y el número de tu tarjeta de crédito bien introducida. “Date un capricho”. “Te lo mereces”. “Porque tú lo vales”. ¿Cuántos mantras de estos ya hemos interiorizado en esta constante búsqueda de confort?

La dulce independencia y autorrealización que nos prometen alcanzar con este tipo de consumo tiene mucho que ver con los orígenes y la historia de tal. 

Después de nuestra convivencia de varios meses con COVID-19, no nos debería resultar muy ajeno este apelar a la responsabilidad individual. Al fin y al cabo, ésta ha adornado los balcones de nuestros vecinos y ha inspirado eslóganes gubernamentales: “Tú, tú quédate en casa”.

El término “autocuidados”, un hashtag que en Instagram ya cuenta con más de 13 mil publicaciones, sin duda ha llegado a nuestras vidas para quedarse. Al menos un buen rato. Ha sustituido lo que a principios de siglo venía a ser la autoayuda. Y no es que se trate de dos cajas de herramientas totalmente opuestas, pero mientras la autoayuda se propone instruirte en el cómo hacer, los autocuidados informan más bien sobre el qué y cómo no hacer. De alguna manera, éstos últimos te invitan a un cálido abrazo. Se trata de algo más suave, más gentil y definitivamente más indulgente. Te convencen de que eres suficiente y que no necesitas arreglos, quizá solo un poco de glitter.

 Pies sucios y sudor no encajan en el imaginario de un retiro de yoga que va a renovar cada célula de tu experiencia en lagran ciudad. Puede que esa escapadita de la capital no quepa en tu presupuesto. Mientras tanto, te recompensas con una bola de baño aromática. Inmediatamente tienes más brilli brilli en tu baño.

Ahora bien, esa purpurina, y aquí viene mi crítica, como no podía ser de otra manera, corre el riesgo de ser solo eso: decoración. Un placebo con el que silenciar las notificaciones de los pensamientos invasivos. Aquella solución, sin posibilidad de ser refutada, con la que tu amiga finaliza la conversación que tú habías iniciado con un: “Estoy realmente jodida”. Pero conversaciones estancadas aparte.

Este deseo de cuidarse es una afirmación indirecta de que algo va mal. O al menos que queremos que vaya mejor. Así que algo de destrucción tiene que estar presente. A lo que voy, es que gran parte de lo que nos venden como salvación, es un apaño a corto plazo. Que nos vendan una ayuda, cuyos resultados duran tanto como una nariz libre de puntos negros, es tanto o más dañino que no haber caído en esa trampa comercial desde un principio. Básicamente porque una luego entra en una espiral de frustración, porque la rutina o no nos funciona, o no la cumplimos, o no nos motiva. Por mucho que hayas establecido esas tres horas semanales de “tiempo para mí”, si de esos 180 minutos eliminas el estricto consumo impulsivo por un lado y las técnicas de devenir una empleada más productiva, por otro, ¿qué queda de los mimos para tu cuerpo, espíritu y mente?

Si has llegado hasta aquí, es probable que en tu círculo de amigos se reconozca el saludo al sol yogui y el aceite de coco, ese remedio 20-en-1, como conocimiento general. También es probable que hayas leído ya varios artículos sobre este tema, tanto aquellos que te enumeran diez consejos, como aquellos que dicen que todo es una mentira capitalista. Es más que probable que hayas leído dichos artículos a las dos de la mañana, una hora que hace que tengas que desechar el primer tip de la lista: dormir ocho horas. O bueno, puede que en estos momentos, mientras leas estas palabras sean ya las 02:74h de la mañana. Si eso es el caso, lo mejor que puedes hacer es cerrar esta ventana y tratar de inducir el sueño con métodos que
no sean recibir información dispersa de una pantalla hiperiluminada.

Entender que el grueso del conocimiento sobre cómo cuidarnos está basado en vaciar nuestros bolsillos o pasar mucho tiempo delante de una pantalla, no significa que no tengamos que tomarnos en serio los cuidados. Todo lo contrario, deberíamos reconocer su importancia precisamente prestando mucha atención al cómo hacerlo bien. 

 Justamente por allí pasa la primera lección que hay que aprender sobre los cuidados, tanto aquellos que llevan el prefijo “auto”, como aquellos que volcamos en nuestras personas queridas.

 

Se trata de procesos activos, mucho más que pasivos. Bastante más de lo que pensamos, tiene que ver con la toma de decisiones conscientes. De alguna manera ser capaces de engañar al autopiloto.

Autocuidarse no va de automatizar procesos, significa elegir conscientemente lo que más te cuide a ti. Aislar e identificar las propias necesidades es responder a una pregunta a priori sencilla: ¿Qué es lo que realmente me hace bien? La respuesta tiene que ir más allá de lo universalmente aceptado como bueno: comer, dormir, beber agua, hacer ejercicio.

Cuando te pones a ti en el centro de tu atención, intervienen dos agentes que recaen en -sorpresa- una misma persona. Eres el sujeto que recibe los cuidados, pero a la vez quien los ejerce. No creo que seamos totalmente autosuficientes en términos de cuidados. Ciertamente, donde más cuidados colectivos existen, menos responsabilidad tiene en el individuo.

Otra forma de relegar la responsabilidad colectiva en el individuo y en lo que éste hace, o deja de hacer, es convencerle de que su tarea es imponer límites. El anglicismo boundaries es algo que también lleva pululando ya un tiempo por las redes sociales y los medios de comunicación. A menudo, en el terreno interpersonal, el trazar estas líneas rojas es equivalado a cuidarse, como el decir que no, cuando algo no te apetece, y hacerlo sin culpa. Terminar una conversación, para evitar discutir. Todo esto es importante, pero como todo, en su justa medida.

A veces, quienes establecen dichos límites se absuelven de cualquier tipo de compromiso. Consciente o inconscientemente, eso puede resultar en más soledad neoliberal. ¿Cuántas amistades conservaríamos si únicamente quedas o tienes tiempo para llamadas cuando te sientes estupendamente? 

Una y otra vez vemos cómo personas, sobre todo aquellas que están más acostumbradas a recibir que dar, hacen malabares con conceptos como autocuidados y líneas rojas. Las prácticas se desvirtúan y se difuminan. Todo con la finalidad de acomodarse y poder legitimar cualquier tipo evasión de apoyo. Cuando la figura pública de turno con más de 100k seguidores dice una burrada que aplasta aún más a minorías, y tú le escribes un mensaje cercano y respetuoso sobre por qué su actuación no está bien, acabas bloqueada. También eso son expresiones de “autocuidados”, interpretados à la famosa.

Por otro lado, están aquellas situaciones en las que se establecieron y expresaron rechazos y límites a determinadas conductas y no fueron respetadas. Si todo fuera tan fácil como expresar un “no”, no habría todavía en el 2020 pancartas feministas con el lema “no es no”. Basta que tu “no” sea ignorado una única vez, para que aprendas que tu voluntad no es relevante. Para muchas personas supervivientes de abuso, el aprender a usar y navegar estas líneas rojas es un proceso muy largo y difícil, no por eso prescindible o inútil, para llegar a lo que aquí definimos como “cuidados”. Todavía todo esto no es un género literario o una estantería entera de tu librería de confianza, como sí lo es el género de autoayuda. Uno de los fenómenos al que con más escepticismo me enfrento es la horda de personajes públicos que hacen de estos. cuidados un negocio. El truco: te dan los suficientes recursos de usar y tirar para que te autoconvenzas de que te cuidas como la reina que eres y así te enganches a su contenido. Pero siempre es lo suficientemente escaso como para que no te independices de su sabiduría. Porque si no, ¿qué razón de ser tendría su blog?

Cuidarse es algo sumamente personal y va en dos direcciones. No basta con que sepas lo que alivia tu dolor, lo interesante es que sepas qué causa ese malestar.

Me encanta la frase que dice “La resaca es el resultado de pasar la noche bebiendo y prestar la felicidad del día siguiente”. Ese capítulo de Netflix o esa cerveza de más son efectivamente microcréditos, amiga. Y los intereses no te cuidan, créeme.

Somos una generación que literalmente ha asomado la cabecita de la cueva que ha sido crisis financiera del 2008, para inmediatamente después, vernos volcados en otra, la causada por la pandemia del Coronavirus. Eso hace que, hagamos lo que hagamos, el estar bien, pero bien de verdad, sea un proyecto a largo plazo. Todo lo que ocurra antes, son arreglos a corto plazo. Y quizá hasta entonces tenemos que empezar por atrevernos a aceptar la cruda realidad. No seas quien me bloquee a mí por insinuarla. Ya sabes, por eso de los “autocuidados”.

 

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