could it be madness – this?

Emily Dickinson no pudo detenerse, por la Muerte. La relación de la poetisa con la Muerte –
un amor platónico que le lleva todas las noches en carruaje- vertebra toda la temporada y, probablemente, la vida de Dickinson. A través de sus poemas, Alena Smith crea un biopic… diferente: una Emily millennial en un Amherest moderno, pero en pleno siglo XIX. Se escribe con pluma y se perrea el Can Can de Offenbach, el matrimonio es un imperativo y durante el noviazgo puedes morrearte en plena calle.

 

La familia Dickinson, dirigida por el patriarca, Edward, y mantenida por la madre y ama de casa, Emily (sí, se llamaban igual), se compone también de sus tres hijos: Austin, Lavinia y, nuestra protagonista, Emily Dickinson. Cada uno, como buenos decimonónincos que escogen una mañana soleada cualquiera dónde enterrarse, tiene su rol en la familia muy definido. El padre, siempre con su pipa y su periódico, toma decisiones y tiene la última palabra;
Austin, aunque es un poco disperso, es el que se espera que continúe con el legado de los Dickison. La madre, sustenta su autoestima y valía en hacer las labores domésticas y en intentar que Lavinia y Emily hagan lo propio. Lo tradicional de sus perfiles choca con la personalidad de sus hijas/os en plena pubertad, llevando al siglo XIX una relación padres-adolescentes muy trillada en la actualidad (¿quién no ha visto una serie donde aparecen adolescentes incomprendidos por los boomers de sus padres?) pero  poco explorada en esas época.

 

Profundizando más en la familia de Emily, me gustaría hablar de Lavinia, personaje que captó mi atención desde el principio.
Se presenta un tanto conformista, tradicional y a la vez con tintes dentro de lo excéntrico o lo ridículo, quizá como recurso para contrastar con la personalidad de la protagonista, Emily, que sería todo lo contrario y que, en cuanto a su excentricidad, estaría más cerca de la incomprensión y la grandilocuencia. Esta representación de la “hermana tonta” también la podemos encontrar en el personaje de Marian Lister, en la serie Gentleman Jack (otra serie biopic de época sobre una mujer “adelantada a su época”, Anne Lister).

Vemos una y otra vez como siempre que se representa a una mujer rebelde de época aparece en contraposición una mujer ya no normativa, sino “tonta” como contrapunto. Este recurso ennuestra serie cuadra con el desarrollo del personaje de Lavinina que, una vez demostrada la rebeldía de Emily (en cuanto al rechazo de sus pretendientes, su intento de acudir a una conferencia solo para hombres o la publicación de uno de sus poemas en el periódico), comienza a  complejizarse como personaje en su trama y trasfondo (por ejemplo, cuando quiere ir al circo con Emily o cuando llena                             de “nudes” su clase de pintura). 

 

 

 

Dicho todo esto, me toca entrar con mi tema favorito (adivinad cuál es) … efectivamente, para sorpresa de nadie, el rollobollo, que por suerte para todas aparece en el minuto 14

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Susan Gilbert y Emily Dickinson tuvieron una relación íntima durante cuarenta años, fue una de esas relaciones entre mujeres que en los siglos XVIII y XIX se camuflaron bajo el nombre de “amistades románticas”: amigas muy amigas que se carteaban intensidades, se prometían amor eterno y, cómo no, muchas de ellas se comían la boca -y no solo la boca-. [Si queréis leer las cartas de Emily y Sue hay recopilaciones editadas]. En la serie, se  decide representar a Sue con una única personalidad, su personalidad es la de tener a toda su familia muerta, todoelrato, pero, entre luto y luto, se muestra la lindísima relación que tiene con Emily.

No la llama hermana a nivel simbólico, sino político, ya que en 1986, Sue contrae matrimonio con Austin, el hermano de Emily. 

Una hermana tengo en la casa, y otra, a un jardín de distancia. Solo una es de sangre, pero las dos me pertenecen. Una vino del mismo lugar que yo y usa mi vestido viejo. La otra, cual pájaro con su nido, construyó nuestros corazones unidos. Ella no canta como nosotras, tiene un canto diferente. Ella misma es una melodía como abeja de junio. Hoy está lejos de la niñez, pero al recorrer los montes sostuve su mano muy fuerte e hizo el camino más corto. Y aun así su zumbido de todos estos años engaña a la mariposa. Y en su ojo yacen las violetas, que murieron este mayo. Separé el rocío, pero me llevé la mañana. Escogí esta única estrella de todas las que había en la noche.

Sue…para siempre 

Se ha dicho de la poetisa que vivía constantemente en el interior, no solo en el interior de su hogar sino en el de su propia existencia que le resultaba mucho más interesante que el insustancial exterior. Esto hace que la gran emocionalidad e intensidad de su sentir se plasme en la serie con escenas de tempestades y volcanes. En la serie se muestra como Emily pasa semanas sin salir del cuarto, enferma, le duele la cabeza como si tuviera truenos dentro. El miedo, la angustia, el placer. La tormenta, la lluvia, la erupción del volcán. La forma que tiene la serie de transmitir esta predilección de Emily hacia lo íntimo en un mundo de convenciones y apariencias es muy interesante: aprovecha los recursos de serie adolescente al uso (apoyándose mucho en música y lenguaje actual) para asemejar lo que pudo llegar a sentir Dickinson, siendo una poeta mujer del siglo XIX, con lo que puede sentir cualquier chavala de 16 años, creando una cercanía sin que se vuelva superficial o profane su historia. 

Al final del segundo capítulo, Emily hace un paralelismo de sí misma con Pompeya “congelada, atrapada”, ¿quién no se ha sentido así nunca? y Sue le dice que ella sabe cómo se siente un volcán [adivinad cómo se siente un volcán… o ved el cap. 2].

Esta escena, tan simple, cierra con el poema “I’ve never seen volcanoes” y una sucesión de imágenes muy rápidas que culmina con la erupción de un volcán y el orgasmo de Emily.

Con un afán tan inmenso por lo íntimo, se hace demasiado hueco a la soledad. En la serie vemos cómo Emily ansía los momentos consigo misma, rehuyendo a todo el mundo y llegando hasta a fingir enfermedades para no ser interrumpida, para poder escribir. Virginia Woolf escribió que solo hace falta una habitación propia, y Emily Dickinson no salió de la suya para poder escribir sus más de 1800 poemas. Este aislamiento voluntario nos muestra algunas consecuencias, en ocasiones afirmaciones achacadas a esa “locura” con la que se describe muchas veces la personalidad de la poetisa. Quizá deberíamos tener más en cuenta el contexto de privacidad asfixiante en el que se tuvo que desenvolver Emily y dejar de asociar todas sus conductas a perfiles “antisociales” o a su “mente de genio”. Como bien dice Adrianne Rich escribiendo sobre la poesía de Dickinson: “en un mundo tan dispuesto a proclamar nuestra pasividad innata y a negar nuestra independencia y creatividad, las tensiones de esta escisión han conducido a muchas mujeres a consecuencias extremas: el manicomio, el silencio autoimpuesto, la depresión recurrente, el suicidio y, a menudo, una intensa soledad”. “Asumir sus capacidades no fue simplemente un acto de rebeldía en el siglo XIX; incluso en nuestro tiempo se ha dado por supuesto que “el problema” era Emily Dickinson, no la sociedad patriarcal”.

En la serie asistimos a otra de las relaciones no convencionales de Emily, que es la que mantuvo con Ben Newton. Aunque no cuadren los años ni fuese así cómo se conocieron, la amistad, el amor, la muerte y el duelo sí que son bastante fidedignos (por lo que he leído en el Internet, que no es que yo sea una experta de Dickinson).

Ben es un personaje clave en la serie, que nos hace cuestionarnos cosas que habíamos presupuesto sobre la sexualidad de la propia Dickinson y que da mucho juego al tema del matrimonio, o más bien del no-matrimonio. Aunque tías, no os voy a mentir, a mí me dio mucha pereza que apareciera porque estaba yo muy contenta con Emily y Sue siendo monísimas. Algo a agradecer es que, durante la serie (sobre todo desde que aparece Ben) todo es muy bisexual,, no porque de repente sienta atracción por un chico Emily abandona completamente a Sue, sino que todos los sentimientos confluyen de manera muy armoniosa [es decir, sigue habiendo escenas monísimas de Emily y Sue, no os preocupéis]. 

Mientras Sue se casa con Austin para sobrevivir, Ben finge estar casado para ser libre. Supongo que aquí, algo en lo que la serie no profundiza pero podemos entrever son las cuestiones de género y de clase.  “Tengo miedo de poseer un cuerpo. Tengo miedo de poseer un alma. Profunda, propiedad precaria. Posesión obligatoria”.

Y es que, la obligación del matrimonio como posesión, aunque sea una imposición social para todo el mundo de la época (sin contar curas y monjas, ya me entendéis), se vuelve más una necesidad vital para unas personas que para otras (como es el caso de Sue). Dickinson nunca se casó, solo no-se casó con Ben y no-pudo detenerse por la muerte, que llegó muchos, muchos años después. 

 

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