‘Cuídese’ es una obligación perezosa

Todos los días salgo por la mañana a recolectar fruta, pescar, cortar un poco de leña, y regar las plantas. Lo hago en orden, recorriendo concienzudamente cada rinconcito de tierra y disfrutando del paseo, saludando a alguna vecina si me la encuentro, mirando atenta el brillo del agua, el tronco de los árboles, el cielo. Casi puedo sentir la brisa sobre mis mofletes sonrosados, acusados de alergia primaveral hasta septiembre. Tengo frío en los pies y me los miro, siguen descalzos desde que me levanté, no debí darme cuenta del camino al sofá. Me cuesta más traducir en mi cabeza la imagen de mis piececitos sobre la mesa del salón que la de caminar con un hacha en una isla que yo misma he gentrificado. La alcaldesa me ha dicho que he plantado demasiados árboles, ¡demasiados!, he plantado tantos y tan juntos que algunos no se permiten crecer en condiciones.Organizo mis tierras hasta que me duelen los ojos y cambio de acción, hago unos amagos de leer, me sumerjo de unas realidades a otras, evito decir que vuelvo al “mundo real” cuando estornudo porque la realidad es que no puedo separar los ojos de la pantalla, tengo hambre y una espina profunda me atraviesa la garganta. Me sumerjo en el sofá, me tapo la cara y espero no despertarme con el estómago revuelto. Hace unas semanas tenía la militancia anti productivista a flor de piel y tenía una opinión muy clara para todo tema que pudiese afrontar desde casa. Yo, que puedo estar en casa. Pero hago enormes esfuerzos en no caer en una sentimentaloide opinión de lo que está sucediendo porque la verdad es que bastante tenemos con no caer. Ayer hice unas torrijas con pan integral porque era el que había y os aviso desde ya: no lo hagáis, son una mierda, si te vas a enchufar kilos de torrijas hazlo bien, con mimo, y te diría que te cuidases pero yo no soy nadie para dar órdenes.Lo que estoy aprendiendo estos días es a mantener la calma cuando puedo y a explotar cuando lo necesito. Y con estos mínimos intento bastarme. Después me pongo a plantar manzanos -que en mi tierra están muy cotizados- porque a veces los ritmos contradictorios del turbocapitalismo juegan a mi favor y a los frutos de mi terraza aún les queda mucho para nacer, saldrán tres y no podré ni venderlos, probablemente ni comerlos porque seguro que son un horror.He descubierto que mis vecinas de terraza se llaman las dos Candela: una tiene dieciséis años y la otra uno. Las dos son rubias y sonríen mucho cuando nos ven a mí y a mi perra. Cuando mi perra espanta a las palomas que se nos acercan siento pena y al mismo tiempo alivio porque pienso que ella está trabajando, que es un cánido y eso a ella le cansa y le pone. Me está protegiendo a su manera, pero es que yo puse restos de unas torrijas espan- tosas ahí para que las aves comiesen, las he estado provocando. Siempre he tenido yo el instinto de odiar un poco a los demás cuando se meten con la contrahegemonía: me caen bien las cucarachas, las palomas, Draco Malfoy, las malas, los personajes irritantes, siempre. Siento continuamente un absurdo malestar al no sentir lo que corresponde en cada momento. Me siento mal al no emocionarme con ciertas cosas, cuando me siento indiferente o no sé reaccionar. Yo que tengo la rabia siempre a flor de piel, no puedo negar los llantos a destiempo, o un cansancio generalizado, o la falta de ilusión en ciertos momentos. Quizás me lo puedo permitir por privilegio, no lo sé. Pero no puedo hablar en calidad de otras personas sino resistir desde la humildad de mi silencio cuando creo que es requerido, y usar la intuición de una manera tranquila. Pero yo sigo tambaleándome entre las incertidumbres y lo políticamente pequeño. Siempre he sentido envidia de los políticamente listos, activos y activistas, de tenerlo todo muy claro y entender siempre a la perfección cada prisma al que nos enfrentamos.

Desaparecer un poco, mantener el tipo como buenamente se pueda, hacer cosas pequeñitas pequeñitas es mi rollo últimamente. Dibujo en trocitos de papel más pequeños que mi mano porque es lo que puedo controlar ahora mismo. Poco a poco, sin mensajes belicistas ni prisas. Me he llegado a preguntar si estoy descubriendo un sentimiento nuevo, y si es así cómo lo llamo, a qué se parece y cómo lo puedo compartir. Riego concienzudamente mis plantitas, corto leña, sin prisa, fracaso con experimentos culinarios, llamo a mi madre si encuentro fuerzas y poco más. El otro día practiqué pesca urbana con un vecino para entregarle sus medicinas y me repitió, por tercera vez, que no me conocía pero que él lleva en Tetuán desde los años setenta.

 

 

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