nos equivocamos
- Cautivos de una figura – Mundo Inteligible
- En diálogo con el presente – Mundo Público
- Dispositivos de vigilancia y otras diatribas – Mundo Privado
i. Cautivos de una figura
El curso de los acontecimientos que nos han sobrevenido ha desvelado, una vez más, el patetismo con el que nuestra especie habita el mundo con el que nos aproximamos al vacío. El vacío es silencio. Al silencio absoluto solo puede llegarse después de una gran colisión, la colisión definitiva. El único desastre que no debería de preocuparnos es ese, el total. El desastre del silencio. Solo cuando no haya nada que escuchar habrá sucedido lo definitivo, lo verdaderamente definitivo. La destrucción es el silencio definitivo.
Cautivos de una figura hace referencia, exclusivamente, a la podredumbre de los cuerpos. Cuando Platón estipuló que habría de existir un mundo de formas perfectas, un mundo de ideas perfectas, un mundo de figuras perfectas, lo único que hizo fue inferir en la primera de nuestras grandes obsesiones. Aquella que versa sobre la imposibilidad de aprehender la totalidad de las cosas que son y suceden. La imposibilidad del mundo.
Es posible que la idea de totalidad esté en nosotros porque hemos sido engendrados sobre una fisura, desde un déficit. Somos origen de un vacío, de un hueco, de una falta. Una gran falta. Intuimos la totalidad porque somos seres faltantes. De no ser así ¿Acaso podríamos intuirla? Y más aún ¿Desearla?
Cuando Platón estipuló que el conocimiento era una suerte de trayecto hacia el recuerdo ignoró por completo lo mal que funcionan nuestras memorias. Tan frágiles. Tan susceptibles. Cuando Platón enunció la existencia de un mundo allá afuera, nos desterró de la posibilidad de vivirnos en la aceptación suprema de la fisura. Lo inteligible, esa intuición de totalidad. Lo inteligible es producto de una asimetría. Lo inteligible se funda en la intuición de un déficit. Lo inteligible es una tendencia. Una necesidad. Un deseo. El motor de una gran falta.
La filosofía, como disciplina anacrónica que insistimos en mentar debido a nuestra incapacidad para seguir pensando con el mundo, debe enfrentarse a la más importante de todas las contradicciones, a la más irresoluble. La disonancia entre el mundo de las ideas y el mundo de las cosas. La disonancia entre el mundo que intuimos que existe y el mundo en el que estamos condenados a vivir. La disonancia entre las cosas y lo que de las cosas podemos decir.
Todo sistema es producto de una necesidad de organización, y no sería necesario organizar las cosas si las cosas no fuesen caóticas, inaprensibles. Demasiadas.
La palabra razón viene del latín ratio, que significa cálculo. Calcular es numerar, establecer un valor aproximado, contar, delimitar, reducir las condiciones de un entorno a cantidades mesurables. Calcular es evaluar y delimitar los casos relevantes dentro del flujo de infinitud que nos erosiona produciendo una asimetría fundamental entre lo que intuimos que las cosas son y lo que de dichas cosas podemos decir.
Estamos volviéndonos locxs.
Hay números y hay palabras.
El significado debería de ser definido, evidencia de dicha locura, como el establecimiento de un límite, de una mesura, el resultado de cierta organización, de la necesidad de un orden. Significado como sistema que organiza las infinitas posibilidades en que la cosa podría ser dicha. Sin ser nunca dicha del todo. El significado es un paliativo.
No hay aceleración, hay expansión. Las cosas no van más rápido, sólo son más. Han aumentado las variables a las que deberíamos de prestarles atención. La infinitud crece. Y crece. Y nos aproxima con ella a lo único que es ineludible, el vacío, la colisión, el silencio definitivo, la destrucción verdadera.
Los flujos de información no son demasiado rápidos para la elaboración consciente. Los flujos de información, ese eufemismo con el que nombrar al mundo sin decir que éste se nos escapa, no son demasiado rápidos, sólo son demasiados.
El mundo desborda todo sistema, siempre ha sido así. El mundo desborda. Es complejo. Caótico. Inaprensible.
ʕ-ᴥ-ʔ El 27 de febrero de 2020, Giorgio Agamben proclamaba que la epidemia tan solo era la sobredimensión de una gripe con motivo de infundir así a la sociedad planetaria en un pánico que justificaría a los estados para desencadenar, por fin, un estado de excepción con el que precipitar la intervención militar, el cierre de las fronteras y ciertas medidas económicas de emergencia. Para Agamben, el desarrollo tecnológico que se desplegó al principio de esta crisis respondía al proyecto gubernamental por obtener la soberanía autoritaria con la que someter a todos los individuos bajo su control.
ʕ-ᴥ-ʔ El 28 de febrero de 2020 Jean-Luc Nancy le confirma a Agamben que la complejidad del mundo instaura, en efecto, un estado de excepción continuo y que no es solo la multiplicidad planetaria la que infiere en este asunto de la excepción, sino que, además, la interconexión técnica, es decir, la hiperconectividad en la que habitamos, también la promueve.
ʕ-ᴥ-ʔ El 3 de marzo de 2020 Slavok Zizek infiere en lo evidente, que de esta crisis se desprende un gran componente racista sobre Asia. Zizek propone la hiperconectividad como el canal a través del cual se contagia no solo la epidemia si no también el pánico. Una sorprendente relación, con toda la ironía que puede cargarse sobre la palabra sorprendente, entre la globalidad, el desarrollo técnico que sostiene nuestras vidas y la pandemia. En el mismo artículo Zizek insistirá en uno de los que se convertirán en lemas gubernamentales por excelencia: lo que necesitamos es solidaridad incondicional y una respuesta coordinada globalmente. Zizek nos insta a la reflexión en un periodo de quietud: lo que hay que hacer es retirarse de la vida para poder seguir apreciándola después.
ʕ-ᴥ-ʔ El 5 de marzo de 2020 Aicha Liviana Messina incurre en las dos posturas que pueden tomarse frente a esta crisis. Pánico o indiferencia. Pánico democrático o indiferencia aristocrática. Arrasar en los supermercados o achacarlo todo a un gobierno conspirador. Aicha se pregunta qué hacer; ¿no hacer nada o entregarnos pasivamente al poder?
ʕ-ᴥ-ʔ El 9 de marzo de 2020 Jose Luis Viñacañas dice que lo que compartimos es la conciencia de la fragilidad de la vida.
ʕ-ᴥ-ʔ El 15 de marzo Naomi Klein nos vuelve a explicar el funcionamiento de su postulado teórico, la doctrina del shock.
ʕ-ᴥ-ʔ El 18 de marzo de 2020, Zizek estipula que la crisis no es sino un golpe letal al capitalismo, aludiendo a que es ahora cuando tenemos la oportunidad de reinventar nuestro sistema, nuestra sociedad. ¿La tenemos?
ʕ-ᴥ-ʔ El 21 de marzo de 2020, Judith Butler declara que hay que mantener vivo el deseo por el cambio. ¿Cómo?
ʕ-ᴥ-ʔ El 28 de marzo de 2020, Paul B. Preciado nos insta a apagar nuestros teléfonos móviles, desalinearnos de los dispositivos de vigilancia maquínicos con los que nos acostamos y estudiar las incidencias revolucionarias del pasado.
Durante las primeras semanas de esta crisis hemos asistido al pronunciamiento de filósofos que han intentado que el mundo encaje en sus sistemas, pero el mundo desborda, se nos escapa. La esterilidad de todas las ideas presentadas asusta, pero no sorprende. Durante las primeras semanas de esta crisis, cuando en España ya llevábamos un par de días de confinamiento y la situación se revelaba como urgente, como real, yo misma sentí que estaba pasando algo importante. Sentí que quizás esta situación nos situaría en un campo de cultivo ideal para emprender el cambio. Sentí nervios, casi euforia. Sergio Chesán aludió a que todas esas emociones que sentía no eran sino la constatación de un principio, el de incertidumbre. Es imposible determinar cuál será la trayectoria. Cuanto más advertimos la vertiginosa velocidad con la que la infinitud se expande, cuanto más clara es la determinación situacional de nuestros cuerpos en el gran engranaje del capital, más se esfuma la posibilidad de advenir un mañana distinto. Nos enfrentamos a la inmunidad epistémica del capital sobre nuestras vidas-trabajo.
Cabe preguntarse, inmiscuidas del todo en esta situación, cuál es el papel de nuestra disciplina anacrónica en estas circunstancias. ¿Qué hacer con la esterilidad de todos nuestros planteamientos? ¿Qué hacer con la soberbia sistematizadora con la que pretendemos explicar un mundo que se nos escapa? La retrospectiva teórica expuesta pone de manifiesto un problema que la crisis del Covid-19 ha sacado a la luz, porque el impacto de lo real en la realidad tiene ese poder de luminosidad. Lo real sigue siendo inaprensible.
Los filósofos nos instan a la comunión social, los gobiernos al confinamiento, nuestros dispositivos, capaces de tender puentes en el arresto domiciliario que prevendrá las infecciones en masa, capaces de tender puentes en el sometimiento violento general con el que convivimos en el mundo de la vida-trabajo, son también el eje de control que nos impedirá llevar a cabo la revolución del mañana.
Y es que tal vez hayamos agotado la posibilidad de plantear una revolución del mañana,
y es que tal vez la colisión llegue antes,
y es que tal vez esos estados de miedo que dicen que infunden para tenernos bajo control son en realidad estados de calma, porque mientras las cosas no sean suficientemente urgentes para levantarse, organizarse, armarse y sublevarse, nadie lo hará. Y las cosas nunca lo son. Las cosas nunca son suficientemente urgentes durante demasiado tiempo. Y si lo fuesen no lo soportaríamos.
La demasía de variables cuantificables en el mundo nos sumen en una infoxicación óntica: no podemos prestarle atención, materialmente, al mundo que se revela imposible, y, además, no podemos prestarle atención afectivamente a todas las cosas que suceden porque nos moriríamos de pena.
Es posible que nuestros cuerpos hayan desarrollado mecanismos de respuesta ante la demasía. La demasía de angustia que no podemos soportar. La repetición reiterada de imágenes de muerte, de palabras de muerte, de números, de porcentajes de muerte. Hay significados, pero están vacíos. Nos enfrentamos a un mundo en donde la anamnesis no es posible, nuestros mecanorreceptores no tienen suficiente capacidad de almacenaje, y son pocos los que depositan sus fotografías en el disco duro de un ordenador. Podríamos recordarlo todo, pero no lo soportaríamos.
Todos los postulados filosóficos que emanan de las grandes mentes del mundo pretenden confirmarse a sí mismos y, hasta donde sabemos, nos instan a la colectividad radical mientras no dan noticia de estar estableciendo un diálogo. ¿Y si nuestros filósofos quedasen para charlar? ¿Qué se dirían? ¿Harían una conferencia multitudinaria en streaming? ¿Se supeditarían a la producción de contenido online con la bonificación de algún canal televisivo? ¿Se pegarían?
ʕ-ᴥ-ʔ El 25 de marzo de 2020, Slavok Zizek publica Pandemic.
Cautivos de una figura hace referencia, exclusivamente, a la podredumbre de los cuerpos. A la impertinencia con la que el mundo, imposible, se intenta proponer. Al vacío, sobre manera, al vacío de significación. A la inteligibilidad en que se anclan todas las resoluciones teóricas que han dado las grandes mentes del mundo.
Un mundo que se nos escapa, un mundo caótico, complejo, que se precipita con nosotros dentro hacia el vacío, la colisión, el silencio definitivo.
A quien aún pueda importarle.
ii. En diálogo con el presente
¿Recordáis la escena de ‘Terciopelo Azul’, David Lynch, en la que los insectos salen de debajo de la tierra poblando la hierba en un plano aumentado, desagradable, fijo? Es la imagen del presente.
Lo real se impone sobre la realidad de forma inexorable. Es inaprensible. Mientras nuestros filósofos se pelean por ver qué sistema es más certero para apresar al mundo, se propone para el resto de los mortales un apagón cultural. Y qué revuelo. Si algo ha puesto de manifiesto semejante cuestión es la indeterminación de lo que la cultura es. Y esto, confieso, me parece algo maravilloso.
Esto le hace pensar a una que lo realmente catastrófico no es la pandemia global si no el confinamiento social. Porque sí hay algo peor que la muerte, es la soledad.
No suscita tanto temor el hecho de morirse, como el hecho de morirse solo. Aislado, condenado a la indiferencia de esos otros necesarios para proyectar nuestras existencias sobre las suyas, y que nos las devuelvan con cierto grado de confirmación.
Con todo, me temo que todos nuestros pensamientos online ya están mercantilizados.
Nuestras existencias online, que son ahora el máximo exponente de cultura consumible de forma semi-gratuita a tiempo total, conforman ya desde hace mucho al cuerpo del capital que está inmerso, además, en nuestros viejos y obsoletos cuerpos. Estos con los que ya no podemos pasear por el mundo. Un mundo que desborda.
Intentar dejar de producir cultura ha supuesto poner de manifiesto un problema de indeterminación que hacía mucho que estaba presente. No podíamos verlo, no era lo suficientemente urgente como para que nos pudiese importar. No sabemos lo que es la cultura y solo ahora se ha desvelado como verdaderamente problemático. Una vez más, lo real sobre la realidad ilumina. Ya no sabemos lo que la cultura es, pues no están claros los limites materiales entre lo que vivimos, lo que producimos y lo que trabajamos.
Esto, además de un problema, hace que emerja una cuestión, si aún cabe, muchísimo más escabrosa. Una que tiene que ver con la monetización de nuestras actividades.
Si nuestras existencias online son experiencias consumibles y mercantilizables, cuantificables y almacenables para la resolución de futuros archivos informativos del que se valdrán empresas que analizarán nuestros datos, es decir, estimarán cuáles son nuestros futuros deseos.
Si nuestras existencias online son experiencias consumibles, es decir productos susceptibles de ser mercantilizados e instaurados en la rueda imparable del capital ¿Acaso no deberíamos cobrar?
¿Qué es cultura y qué no lo es?
¿Qué es trabajo y qué no lo es?
En medio de todas estas preguntas, impertinentes, irresolubles, que aún importan, están nuestros cuerpos, nuestros viejos cuerpos orgánicos y también nuestros cuerpos sociales, esos que no vemos y que son causa de cómo los otros nos integran en sus campos de representación.
Los otros nos hacen, aunque no nos guste.
Nuestros cuerpos sociales son tan causa de lo que somos como aquello que nos empeñamos en proyectar para alcanzar ser, un atisbo de identidad.
Nuestros cuerpos no-cuerpos consolidados sobre código, texto, imagen. Nuestros cuerpos no-cuerpos que habitan la red que percibimos a través de las pantallas, que son también cuerpo, cuerpo artificioso y naturalizado, tan naturalizado que corre el riesgo de ser olvidado e incluso no concebido como cuerpo no-cuerpo.
En medio de todo lo que sucede, del dinero que no estamos recibiendo por existir, también está el problema de los cuerpos, de los cuerpos infectados de Covid-19 y de hastío.
¿Qué es la cultura? ¿Y la vida? ¿Y el trabajo? ¿Y mi cuerpo? ¿Dónde está mi cuerpo? Es apremiante resolver todas estas cuestiones, pues solo así podremos apuntar al cuerpo con el que nos aproximamos al vacío, al cuerpo del capital, y dinamitarlo.
iii. Dispositivos de control y otras diatribas
Pienso mucho en Foucault últimamente. Han pasado tres días y aún no siento que pueda pensar con total independencia sobre lo que pasa. Nunca había experimentado la impotencia de discurrir sobre las cosas que suceden en gerundio. En parte por eso existe internet. Una infraestructura intemporal en donde todo forma parte de un presente eterno, de un pasado eterno. En internet tampoco existe el futuro. Internet es un gerundio sin destino. Un presente continuo, continuo, continuo.
Internet es un sitio en el que puedes dar cuenta de lo que pasa cuando pasa. A todas nos gusta estar en el mundo, habitar permanentemente un tiempo que se volatiliza. Hablar es andar sobre el tiempo: caminar sobre el presente. ¿Y ahora? No sé qué podría decir si quisiese sepultar todos los días que aún quedan de confinamiento. Cuántas palabras pueden salir de aquí y yo sin agotarme todavía.
Las cosas suceden con urgencia y me cuesta mucho pensar sobre lo que pasa.
El mundo agoniza despacio y yo tomo nota mientras, todo lo demás.
Pienso mucho en la quietud. Ayer fui a una pinchada online en la que había otras cuatro personas y tuve la sensación de que estamos completamente enfermas. Cuando esto me sucede, lo confieso: me resisto. Me sigue atravesando la frase de Anna sobre producir cientos de cosas inútiles como tarados.
El tiempo no se ha parado para todas: en primer lugar, algunas seguimos teniendo que ir a trabajar y esto dice mucho de las clases, esas estructuras que hemos interiorizado hasta hacerlas desaparecer de la superficie de nuestros cuerpos. Ahora las clases van por dentro.
En segundo lugar, si el tiempo se para ¿qué importa?: el biorritmo de producción capital también se ha instalado en nuestro interior. He aceptado, hace ya mucho, el paso vertiginoso y acelerado de las cosas, me abrazo como agente productor de idioteces constantes, me acepto como un engranaje prescindible de esta máquina imparable que es el mundo, ya no siento que mi cuerpo sea mi cuerpo.
Hace mucho que escribo sobre cómo el capitalismo va por dentro, sobre cómo está afincado en las vidas a las que nos enfrentamos, sobre cómo forma parte de los cuerpos que portamos y con los que ya no podemos salir a pasear. Marlén dice que ahora la calle es Internet, yo asisto a una pinchada virtual a través de un directo de Instagram y bailo sola en esta habitación que no es mía.
Has estado en este cuarto por la mañana y me resisto a ventilar por si se va tu olor y con él la poca paciencia que me queda. Pienso mucho en eso hoy. En lo que dirán los demás. En que está mal. Ha sido una irresponsabilidad por nuestra parte, pero salí corriendo de la ducha al portal a medio vestir y con el pelo empapado y ahí estabas tú. Cuánta adrenalina. ¿Meterte en casa constituye una falta de responsabilidad moral o solo es la certeza de que no somos nosotros los que vamos a morirnos? Me coges en cuello y qué felicidad. Pienso mucho en Foucault estos días, en el puto policía que todas llevamos dentro como dice Guille Waste, pienso en los dispositivos de control. En que está mal. En que es una irresponsabilidad precisamente porque no somos nosotros los que vamos a morirnos.
Media hora de reloj es tiempo suficiente para que alguien se dé cuenta de que no estás en casa. No has avisado de que vienes a traerme el cargador de la cámara para que grabe cómo el mundo no termina y el secretismo escapista solo hace latente lo evidente: que estés aquí está mal y por eso no se lo has dicho a tus padres.
Llevo todo el día pensando en Lacan, en que comentar que te pasabas por mi casa hubiese sido aún más absurdo, hubiese generado un desacuerdo y, probablemente, una silente discusión. Pienso de veras que decirlo en alto carecía de sentido porque eso te hubiese obligado a examinar la problemática con la que tu convives. Eres médico y venir a mi casa está mal.
Imagino a tu conciencia yoica tapándose los ojos, los oídos, siendo, siendo, siendo. Sometiéndose a la hegemonía de las cosas que ahora solo pasan en gerundio. Treinta minutos de reloj es tiempo suficiente para que alguien haga hincapié en lo que se debe hacer sin decir una sola palabra porque los padres, los polis, los sistemas institucionales que salvaguardan el orden funcional de la sociedad que hoy se desmorona, van por dentro. Como las clases, como los biorritmos del capital.
Pienso mucho en Foucault últimamente, en cómo se han convertido nuestras cabezas en confesionarios que carecen de la posibilidad de expiarse de la culpa. Yo no rezo, yo le cuento lo que siento a cientos de desconocidos en internet. Y sobre la culpa y convivir con la culpa y cargar con la culpa sé mucho, muchísimo. Mi cuerpo está construido sobre culpa y sufrimiento. Mi cuerpo está construido sobre la culpa de quien se niega a dar la vida por el resto, de quien se niega a morir en nombre de toda la humanidad. Sobre esto último: siempre habrá hombres que no lo consientan.
Hago la comida y escucho a Chopin. Pienso en que tú eres médico, pero yo existo como mujer socializada y por mucho que me empeñe en evaluar mis actos y revestir mi conciencia moral -en la vida en general- tú y yo nunca gozaremos del mismo prestigio, aunque nuestros trabajos sean parecidos, aunque nuestros cuerpos sean el soporte de todas las dolencias de esos otros que hoy nos juzgan por habernos reunido furtivamente bajo el mismo techo.
¿Crees que podríamos contabilizar el riesgo? Estuvo mal y lo quería. A veces la verdad importa más que la belleza. Somos unos desgraciados, al fin y al cabo, no somos nosotros los que vamos a morirnos.
Pienso mucho en Foucault últimamente. En la sucesión de historias funcionando, ahora que el mundo se empeña en estar quieto, como dispositivos de control. Pienso en las personas de Internet transformándose en la institución principal con la que salvaguardar la vigilancia en nombre de toda la sociedad, en nombre de toda la humanidad. Pienso en cómo nos controlamos los unos a los otros a través de la construcción especulativa que solo otorga la imagen que compartimos en Internet: sobre lo que leemos, sobre lo que comemos, sobre lo que llevamos o no llevamos puesto.
Hay que consumir cultura porque el mundo se ha parado para algunas. Y la vida continúa. Hay que consumir cultura y producir cientos de cosas inútiles como tarados porque, aunque el mundo se esté quieto, llevamos el biorritmo del capital por dentro. Pienso en que lo único que habría de subversivo en estas circunstancias para los que no tenemos que cuidar de otros más pequeños o mayores sería alardear de cómo nos tocamos los genitales dos manos en el sofá. Javier dijo el ultimo día que le vi, mientras bebíamos una birra en la playa del carbón frente al oleaje, que lo único que es subversivo en nuestro tiempo es ser buena persona. Coincido a falta de una definición. Entenderse y el amor consiste en esto.
El mundo se está quieto pero el biorritmo del capital va por dentro, está en constante movimiento, forma parte de nuestros cuerpos, esos con los que ya no podemos salir a pasear.
Hay gente desinfectando las calles. Marina está pensando en escaparse porque en su familia, ese otro dispositivo de control con el que estamos obligadas a convivir, porque aún no queda bonito renegar de las cosas con las que se comparte sangre y nada más, solo incurre en la violencia. Los militares están en la iglesia Carmelitas, aparcados frente a los estacionamientos de autobús, pero mis compañeras de piso y las personas con las que convivo en Internet, en ocasiones, son aún más autoritarias. También yo.
Internet no sustituye a la vida offline y nunca lo ha pretendido. La vida online y la vida offline no forman parte del mismo contínuum de existencia. Son infraestructuras distintas. Puede ser que sean paralelas. Al menos, así me gusta imaginarlo.
En definitiva, que pienso mucho en Foucault últimamente.
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