paseos: amor, trabajo y muerte
1.Hace dos años que se murió mi amiga. Hace casi un año que me encuentro yo otra vez el día de su cumpleaños explicando su muerte a la gente que la felicita en Facebook como si estuviera viva. Tendrán que enterarse. Lo hago con todo el tacto que permite la tecnología, por mensaje directo. La mayor parte de la gente que la sigue felicitando en Facebook es gente mayor que vive en el extranjero. Me he apropiado de esta misión virtual y aún no sé muy bien por qué. Me incomoda ver su muro en una realidad paralela en la que pasan los años y todavía hay buenos deseos. El «te deseo lo mejor», que suele decir la gente, es anacrónico, es incorrecto, porque todo lo mejor ya pasó y ellos no lo saben. Una mujer, que por sus fotos creo que vive en algún lugar de Holanda, me dice después de conocer la noticia:
No volvemos a hablarnos nunca más. La palabra «paseo» me lleva desde hace un año a esa mujer en Holanda, a quien siempre me imagino vagando por una ciudad que me he inventado. Por sus fotos de Facebook sé que: 1. Nació el 16 de septiembre de 1967. 2. Le interesa la cooperación. 3. Tiene una hija que se llama Lisa.
2. Recuerdo la anécdota de una amiga que estaba empezando una relación con su novia y una mañana soleada deciden fingir que están enfermas y no ir a trabajar para quedarse todo el día en casa, en la cama. Luego salen a a pasear. Cuando me explican esta historia me pregunto cómo lo han hecho, si eso era posible, si era posible ser adulto, pasear un martes y desatender las obligaciones sin sentirse culpable.
3. Es decir, que el paseo aquí es amor y antes era muerte.
Todo el mundo conoce la imagen de adolescentes paseando. Los adolescentes enamorados pasean. Los adolescentes y *ahora voy a referenciar a puto houellebecq, voy a hacerlo, lo siento*, ¿son los que viven verdadero sentido de la vida?
¿Puede que pasear sea lo único que de un verdadero sentido a la vida? ¿Será por eso lo hacemos tan poco? Solo paseamos cuando existe la urgencia de hacerlo, esto es, cuando estamos muy tristes o cuando estamos muy contentos.
En la película ‘Ferris Bueller’s Day Off’ un adolescente consigue su objetivo: saltarse las clases para irse de paseo con un Ferrari con su mejor amigo y su novia. Se inventa que está enfermo, y clama al cielo, un cielo despejado, inmenso y azul:
Desatiende sus obligaciones para irse a pasear. La película te pone de parte del chaval que decide saltarse clases y de su grupo de amigos: el director de la escuela es patético -no hay piedad con un personaje que acaba literal y simbólicamente lleno de fango-, las clases son alienantes, el profesor de gimnasia actúa como un carcelero y la imagen de la escuela, entre rejas, evoca a la cuestión de las escuelas como instituciones coercitivas y reproductoras ideológicas de la clase dominante.
El paseo triste es desolador y desgarrador. Se pasea cuando se tienen malas noticias, cuando tienes muchos problemas. Se pasea para superar un trauma. Caminar es una forma avanzar hacia adelante aunque los huesos estén rotos. Como esa señora que imagino yo en Holanda.
El paseo amoroso, en cambio, en un sentido amplio y no romántico, es el paseo que transgrede el orden natural, en la sociedad de consumo las calles ya no están hechas para ser paseadas en un sentido baudelaireano, así que el paseo amoroso se detiene un momento para hacer algo que no estaba previsto.
el paseo por el paseo, sin más pretensión que pasear, es una anomalía anticapitalista en medio del tumulto
Concretamos, entonces, que los paseos son solamente amor y muerte, y cualquier otra variación de eso son paseos de excepción.
En el régimen tardo-capitalista se han cancelado los paseos Se permite caminar y desplazarse de un sitio a otro. Del trabajo a tu casa. De tu casa al trabajo. Del trabajo a tomar unas cervezas y luego a tu casa o a comprar.
Quienes pasean de verdad, desobedecen, como los adolescentes. Quienes deambulan por la ciudad, sin rumbo, se perciben como seres marginales y estigmatizados como los vagabundos o paradas.
En la obra ‘Playtime’, Tati exhibe la angustia de la modernidad. Las oficinas son cubículos laberínticos, los paseantes no son más que entes caminadores sujetos a una lógica productiva. Ni siquiera los diálogos son demasiado relevantes. La sinfonía de la ciudad son murmullos de gente, ruidos de tráfico, grapadoras o puertas giratorias. En ‘Playtime’ no hay paseo porque no hay vida. Los monumentos de París, el exterior de París, solo se ve en tres ocasiones reflejados en la puertas de un cristal. Los paseos están cancelados. El resultado es angustiante. El sonido de los pasos, del traqueteo humano, solo sirve para reforzar el desasosiego. Tati criticaba de este modo la modernidad y se avanzaba de forma premonitoria al desasosiego del siglo XXI (“el neoliberalismo es el capitalismo en su estado de desesperación”, apunta la filósofa Marcia Tiburi).
Nuestros pasos también se encuentran en estado de desesperación —solitarios, rápidos, en patinetes o motos de alquiler que te llevan a un evento que tienes en la otra punta de la ciudad y al que, de hecho, no tienes ni ganas de ir; en ridículos segways, transbordos largos al mediodía para ir a tu segundo trabajo—. Son paseos de enfermos mentales y pluriempleados. Somos lamentables queriendo caminar cada vez más rápido.
En ‘El Odio’, de Mathieu Kassovitz, los protagonistas acaban pasando una noche en París después de haber perdido el último tren que les llevaba de regreso a su banlieue. Pasan una noche a la deriva. Lejos de su suburbio, experimentan otra vida: se sorprenden de que un policía les llame de usted, admiran los pomposos edificios —llenos de una belleza aristocrática no accesible en la periferia—, entran a una snob galería de arte e intentan, ligar, sin éxito con unas pijas a las que acaban insultando, admiran desde lejos la Torre Eiffel y juegan a apagarla. Un poste publicitario de un club nocturno que se va repitiendo a lo largo de la película les dice que “le monde est a vous”. Acabarán vandalizando el póster para cambiar el vous por el nous. No necesitan el permiso de una empresa privada para tomar el control. Es irónico que no pare de proyectarse ese eslogan frente a unos chicos que viven en una periferia, de mayoría negra, abandonada y marginalizada por el sistema. El mundo, las calles, la ciudad, precisamente, parecen estar hechos para todo el mundo excepto para ellos.
En los ‘Apegos feroces’ de Vivian Gornick también el caminar deviene un elemento que nos permite emitir prejuicios. Nettie es el personaje promiscuo, la soltera del barrio. Nettie está mal vista hasta en su forma de andar.
Si las urbes no están hechas para el paseo, mucho menos lo han estado históricamente para las mujeres.
En la película ‘Cleo de 5 a 7’ de Agnes Varda, una joven deambula por la ciudad durante unas horas a la espera de los resultados médicos. El vaticinio del tarot, el presagio de muerte con su imagen fragmentada en un cristal roto hace del paseo de Cleo un paseo nervioso y doloroso. Otra prueba de que se pasea cuando hay problemas. Esas horas por la ciudad, explorándola un poco al borde del abismo, al borde de la muerte, transcurren entre un montón de caras que se quedan mirándola de múltiples maneras: miradas masculinas que la miran de forma lasciva, otras que pasan de largo, miradas aleatorias de extraños que duran segundos. Cleo no encuentra compasión ni calor entre toda la gente.
El entorno de Cleo se despersonaliza del todo, solo se oye el bullicio, solo está ella en la ciudad. Finalmente conoce a un hombre. Toda la gente que se cruza con ella no sabe, de hecho, que ya tiene cáncer.
Cuando salimos a pasear nadie se imagina quién somos ni qué enfermedades tenemos.
paseos pandémicos
Ahora que el régimen tardocapitalista está intervenido, se instauran de nuevo los paseos y salimos a la calle como si nunca hubiéramos paseado y es que, en el fondo, es verdad.
Los paseos pandémicos, los paseos de excepción, son una tipología novedosa de paseo.
paseo pandémico 1. Los edificios se descubren como lo que son —artefactos, construcciones precisas; desde abajo, todos se ven imponentes—. En el primer paseo de Fase 0 hago fotografías a edificios, solo a edificios. Me quedo embobada con ellos. Me parecen de una belleza sobrecogedora. Como dice Robert Walser en ‘El Paseo’, me lleva a un estado romántico-extravagante: “Todo lo que veía me daba la agradable impresión de cordialidad, bondad y juventud”.
Por primera vez el paseo —paseo puro, sin transacciones económicas, sin bar al que llegar, sin dinero en metálico en el bolsillo, sin bolso o cartera — me deja ensimismada. Como no tenemos dinero, vemos mejor. Hay mucha gente en la calle y tengo la sensación de verbena. Veo a todo el mundo más guapo porque por primera vez los adultos estamos paseando.
paseo pandémico 2 En las caras me parece reconocer restos de otras personas. Restos reales, tiras perfectas ellos, pieles de otros humanos que simplemente componen otros humanos. Todo me resulta familiar y desconocido debajo de las mascarillas, no soy capaz de interpretar las miradas, no entiendo qué me queréis decir, no alcanzo a ver vuestro estado de ánimo. Me imagino a todo el mundo hablando consigo mismo debajo de las máscaras. Desquiciadas por dentro. Hoy pienso que todo el mundo está mal pero nadie lo quiere decir.
paseo pandémico 3. Atravieso un puente, camino más del límite legal permitido, bastante más, me doy como a la fuga y quiero llegar tarde a casa. Cambio de código postal varias veces. Donde ahora camino, la gente viste otro tipo de ropa y tiene otro aspecto. La fisononomía de las personas, que se cruzan entre ellos formando una masa borrosa de personas y caras, cambia completamente. Aquí la gente tiene cabelleras más brillantes, pieles más lisas y buenos zapatos. El paseo como un marcador de clase, incluso con mascarilla y medio rostro cubierto. “La mayor parte de los que pasaban, tenían un porte presuroso, como adecuado a los negocios”, escribe Edgar Allan Poe en su cuento ‘El Hombre de la multitud’ que hace un retrato de la multitud del Londres victoriano. Sabes que has cambiado de barrio por cómo te mira y se mueve la gente.
En ‘Poor Cow’, la protagonista vaga ensimismada y pérdida al final de la película. El camino se confunde con imágenes borrosas, las figuras y los contornos se nublan; las calles se entremezclan unas con otras, hay cierta sensación de mareo; el paseo es el momento de máxima lucidez de la protagonista, que justo ahí experimenta una suerte de revelación que tiene que ver con la clase social de la protagonista.
El paseo en ‘Poor Cow’ te alumbra.
paseo pandémico 4. Los paseos pandémicos te obligan a desviarte del camino, a trazar nuevas líneas. ¿Seguimos encerradas aunque salgamos? En el 1957 el sociólogo Paul-Henry Chombart creó un mapa de París titulado: “Trayectos durante un año de una joven del distrito XVI”. Es un mapa basado en los movimientos individuales de una estudiante de ciencias políticas. El mapa muestra cómo la joven, pese a una aparente libertad de movimiento, acaba transitando los mismos sitios. Los vértices son su casa, la universidad y la casa de su profesor de piano.
En los paseos pandémicos abandonamos nuestros vértices para desfigurar nuestro propio mapa. En el estado de postconfinamiento, me veo a mí misma trazando nuevas líneas en un mapa imaginario.
Aunque salgamos, seguimos encerradas.
Sin pandemia y sin confinamiento, seguimos encerradas.
No paramos de movernos por los mismos sitios.
La película ‘Paterson’ refleja bien la rutina del protagonista, un conductor de autobuses aficionado a la escritura. La película, de hecho, funciona casi como un poema, a base de repeticiones, en la que la rutina se impone a través de los días de una semana completa: el despertar de Paterson al lado de su pareja (siempre en la misma posición), el desayuno, el posterior camino hasta su lugar de trabajo, la llegada a casa, el paseo del perro y la cerveza en Shades Bar. Luego, vuelta a empezar.
Aquí sentimos la rutina asfixiante con una banda sonora entre siniestra y que roza lo onírico, con un tiempo que avanza lento, con unos planos del protagonista en el que nunca sabes si está muy mal o muy bien, con un ambiente monocromático (misma decoración, mismos edificios, caras distintas que podrían la misma). La rutina se enquista y solo unos pocos destellos permiten que se filtre algo de luz algún día de la semana (la conversación con una desconocida, la cháchara de dos adolescentes en el bus, la desviación del camino habitual por una avería en el bus, etc.). Paterson busca en esos momentos lo poético, casi como un mecanismo de supervivencia y afirmación para no sentirse completamente alienado y devastado. Al final de la película precisamente, y tras un contratiempo, Paterson decide marchar a darse un paseo en el que mantiene una conversación con un turista japonés que le da un nuevo impulso. Ya es domingo y mañana toca ir a trabajar otra vez.
paseo pandémico 5. Pandemia situacionista. Pienso en los paseos de la pandemia, caminatas sin objetivo específico que el del salir y caminar, caminatas que se extralimitan a veces de los kilómetros marcados, caminatas que no siguen un orden, que exploran lugares cercanos a tu domicilio en los que antes no habías reparado por falta de tiempo o ganas. La deriva es un concepto que propuesto por el situacionismo. Fue el filósofo francés Guy Debord, durante los años 50, el que propuso una forma nueva y radical de pasear y experimentar la vida urbana. El situacionismo se presentaba como una forma de escapar y dejar de ser prisioneros de nosotros mismos. De forma visionaria, Debord se anticipaba al mal de las ciudades en el tardo-capitalismo: el terreno y nuestros encuentros se verían hartamente limitados por nuestra situación geográfica y socioeconómica aunque creyéramos que no. No habría, no la hay, forma de escapar de nosotros mismos.
“Los seres humanos no son plenamente conscientes de la vida real”
“El ambiente urbano proclamaba órdenes y el gusto de la sociedad dominante, con la misma violencia que los periódicos”
“La única aventura de interés es la liberación de la vida cotidiana”
afirma en “Sur le passage de quelques personnes à travers une assez courte unité de temps”. En mi deriva pandémica veo postes y vallas publicitarias desactualizados por los dos meses de confinamiento, desgastados, algunos ilegibles, y me parece un ejercicio de justicia poética. El capital corroído por el tiempo y la desinversión: publicidad que ahora resulta absurda y caduca sin humanos a los bombardear versus pintadas en las calles que contienen el pulso verdadero de la ciudad (“la vacuna es el sindicato”, “covid 19: expropiar la sanidad privada”). Aunque solo sea un momento, nosotros gobernamos ahora mismo más que ellos ahí afuera. Me acompaña una frase de Marina Garcés:
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