Preciosos los jacintos que hemos dejado al abuelo y a la abuela

29, Mayo, 2020.

Siempre me han gustado esos quioscos de flores en las puertas de los cementerios. Me traen recuerdos ancestrales. Como si siempre que hubiera habido lápidas hubiera habido flores. Antes quizás los ramos estaban sobre carromatos y sobre caminos de tierra sin asfaltar. Antes quizás las flores eran simplemente recogidas en los alrededores de las vallas de los cementerios porque la ciudad era campo. El día del entierro andabas desde la puerta de tu casa hasta el camposanto recogiendo algunas que te encontrabas por el camino para luego dejarlas ahí, sobre la tierra y sobre la tumba.

Hemos guardado las cenizas en el columbario donde descansa mi abuela. Maria del Rosario Cobo Castillo. No sabía su segundo apellido. Tampoco recordaba su fecha exacta de nacimiento. Cuando luego ha llegado el marmolista para preguntarnos que queríamos grabar sobre la lápida, y le hemos dicho el nombre, y la fecha de nacimiento, y la fecha de defunción, ha comentado, murió pocos días antes de su cumpleaños. Mi madre ha dicho, desde el 7 de Marzo hasta hoy no le habíamos podido ver. Antes cuando estábamos en el coche camino del cementerio me había dicho, es raro que la siguiente vez que le he visto era ya cuando era cenizas. 

 

Hemos recordado cuando fueron a la mar a tirar las cenizas de mi tío. Me da pena que él no esté en ese columbario con mi abuela y con mi abuelo. Me gustaría poder ir a visitarlo. Mi prima ha dicho, yo cuando estoy en Galicia y veo el mar pienso en él. Yo he dicho, es verdad, yo también he visto el mar cuando he estado Galicia y he pensado en él. Le he preguntado a mi tía que donde exactamente las arrojaron, sus cenizas, y ella me ha hablado de unas rocas. 

También estaba mi primo, a quien nunca veo, y me ha dado pena apenas conocerle. Es el único que ha llorado aunque disimuladamente. Ha llorado por todos los de la familia que ya no están. Porque es un poco demoledor pensar eso de que de esa familia ya solo quedan mi madre y su hermana. El padre de mi primo, mi otro tío, también murió. Todos hemos pensado en él esta mañana. Mi prima le ha dicho a mi primo, tienes la voz igualita que tu padre. Es como si estuviese aquí. Yo he pensado que cuánto nos pareceremos a familiares que nunca hemos conocido. Que quizás algún gesto mío es robado de una tatarabuela, incluso que mi tono de voz puede que sea igualito al de un antepasado al que ni siquiera podría poner nombre. Quizás nosotros somos un poco eso, ecos de fantasmas reencontrándose generación tras generación, y ya está.

 

Cuando han abierto el nicho han con un palito removido las telarañas acumuladas por el tiempo. Le ha entrado un poquito de sol y calor, a mi abuela, por primera vez en años. Las partículas de polen han entrado en ese huequito donde ella descansa, como un airecito fresco. Cada vez que un nuevo muerto viene para acompañarla entra otra vez un poquito de luz. Me gustaría poder hacer agujeros a esas lápidas para que puedan sentir los cambios de los vientos y de las estaciones. Antes de volver a cerrar el nicho nos han preguntado que si queríamos guardar algo dentro con ellos. No esperaba esa pregunta. Me hubiera gustado llevar algo para que estuviera ahí con ellos también. ¿Cuándo volveremos a abrir y cerrar ese huequito? No sé muy bien qué objeto habría elegido. Quizás una carta. Si, creo que una carta hubiera sido lo mejor. Dejarles a su costado palabras que se desharán con el tiempo, palabras que casi serán ceniza. 

Me siento confusa por sentir que ahora estando juntos están mejor. Ella perdió la memoria y el perdió la vista. Ahora juntos pueden ver y recordar. Leerán mi carta. En ella hablaría de cómo recuerdo el tacto de los dedos de mi abuelo apretando mi mano, más exactamente el triángulo de carne que hay entre el dedo pulgar y el dedo anular. Estábamos los dos bajando la calle camino a la playa y olían muy fuerte las flores de las casas que sobresalían de las verjas de sus jardines. Era por la tarde y hacia el final del verano. 

He estado un rato paseando por el cementerio, leyendo los nombres, deteniéndome en las fechas, tocando los dibujos de vírgenes grabados en muchas de las lápidas. Oliendo las flores. Me venían recuerdos que no eran míos y los he dejado estar, ahí, entre mi cuerpo y los árboles y los columbarios. Me he quedado un ratito con ellos cuando ya los demás estaban volviendo hacia el coche, para salir del cementerio, y volver a casa. 

 

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