we can go home again

No sé cuántos años llevo escribiendo de imágenes, supongo que ya todas sabemos que los años importan una mierda, lo cierto es que tengo la sensación, la intuición mejor dicho de que siempre he escrito como si hubiese perdido algo, cuando lo mejor ha estado siempre por llegar. Lo digo porque durante años mi escritura— y lo mejor de mi escritura se lo ha llevado visual— ha estado aparentemente marcada por un leitmotiv, que solo en este período de semi-ausencia he comprendido que era irreal: no podemos volver a casa. Aquella imagen persecutoria, marcada a fuego en mi memoria y en mi escritura todo el cine de Nicholas Ray, aquella imagen nostálgica de la infancia perdida, el padre-madre, la patria, todo lo perdido que dominaba cierta escritura, todo aquello era mentira. Aquellas narrativas no eran las mías y las abracé sin titubeos. Un agujero negro engullendo imágenes una tras otra, admirada por la belleza, a veces la tristeza, la sobreexposición del yo para intenta invitar a los otros a vivir la experiencia. Ahora creo que lo comprendo mejor.

El otro día mi padre llegó a casa diciendo que el coche de google maps lo había atrapado en una calle de Vitoria. Rápidamente entré en la app y busqué la calle: allí estaba él, parad en el borde de un paso de peatones al lado de un semáforo, vuelto hacia sus amigos, hablando y explicando algo.

Mi padre moviendo el brazo derecho que aparece difuminado con sus gafas de sol, contándole algo a alguien. Creo que si mi padre tuviera que pasar a la posteridad de alguna forma el dispositivo de google maps lo ha clavado.

Papá ya eres tan ∞ como pueden llegar a serlo los píxeles. Como la red. Cuando no estés, prometo visitarte en esta calle. Cero diez diez.

Todas las cosas bonitas que hicimos aquí, todas las cosas bellas. Nunca me obsesionaron los discursos ni la teoría y no quise olvidar que casi siempre lo único que permanece, lo único que es capaz de decir algo de la realidad de cada día—asquerosa realidad, cada día más cruda—es experimentarla. Enfangarse, llenarse de mierda, meterse hasta los tobillos.

Convertimos las narrativas en algo nuestro, intentamos entender el impacto que tenían las representaciones y el lenguaje que casi siempre nos habían relegado y dejado fuera, y allí en los márgenes, construímos la casa más bella.

Os confieso que ya casi no veo cine, nada me gusta, nada me parece lo suficientemente demoledor, y sin embargo, a veces de cuando en cuando ese pellizco, esa imagen arrebatadora, ese plano, aquel movimiento de cámara. Una gran transición. Esa necesidad de destriparlo con Blanca, ese deseo de escribir a medias con David, esa búsqueda de la emoción compartida a través de un chat con Sofía. A veces he vuelto a casa, a veces he vuelto a Visual, cada vez que he escrito algo bueno, ahí estábamos todas. Vuestros ojos hicieron de mi mirada algo mucho más puro, más bello más político, y obvio, mucho más comprometido. El yo se me fue diluyendo en los textos, la experiencia de la realidad demostró que pasábamos del yo a un nosotras. A veces siento que seguimos bailando en aquel texto mientras nos movemos,

We need to move, EDEN.

 

Hace un tiempo terminé La conjura contra América, en el último capítulo hay un momento espectacular. Zoe Kazan—aquella actriz que interpretó años atrás a una manic pixel girl en Ruby Sparks , una chica-musa situada en la pantalla para complacer, prolongar, desarrollar, hacer del tipo anodino un tipo mucho más interesante— nos ha legado uno de los mejores papeles del 2020.

 

La escena es sobrecogedora, su vecina ha sido “trasladada” a Kentucky con su hijo. USA es en esta distopía (lo cierto es que tiene poco de distopía, las imágenes son puro 2020) pro-nazi y la administración lleva a cabo medidas xenófobas: divide los barrios, separa a los vecinos y a las familias judías de núcleos urbanos a núcleos más rurales y los disturbios no dejan de sucederse: desde Detroit a Atlanta.En cada ciudad en cada barrio, las gentes judías y negras, racializadas, los migrantes, son agredidos y asesinados. Bess (Zoe Valdés) al enterarse de los disturbios en Louiville llama por teléfono a su antigua vecina. Responde Sheldon su hijo. Bess intuye que durante los disturbios ha sido asesinada por el Ku Klux Klan, sin embargo, se mantiene al teléfono, a miles de kilómetros intentando tranquilizar al niño que sin duda sabe cuál ha sido el destino de su madre. La llamada vale su precio en oro, cuando lleva tres minutos al teléfono la voz de la operadora le recuerda que ha llegado al tiempo límite. Bess le dice a Sheldon que si su madre vuelve, le llame. Primeros planos, y planos medios y una cámara que se mueve muy muy rápido. Movimiento dentro del movimiento.

Pasados unos minutos de metraje en el que toda la narración se suspende y todo da igual, el teléfono suena en casa de la familia Levin. Sheldon llama a Bess asustado porque es muy tarde y de noche y su madre aún no ha vuelto. Bess se tira al suelo desesperada, sabe lo qué ha pasado pero necesita que Sheldon, que está solo en el mundo, sea capaz de tranquilizarse. Ella con su cuerpo sobre el suelo con el teléfono agarrado como si agarrar la mano del niño, se convierte en la casa segura en la que resguardarse, la casa a la que volver. La única América posible ya. Tras varios minutos de desgarro y ansiedad, Bess logra tranquilizar a Sheldon y pone en marcha a su marido y su hijo para que en mitad de una auténtica guerra social y política recorran diferentes estados para traer de regreso a Sheldon a casa. 

 

Aquella película, aquellas imágenes incluso la multipantalla, se centraban en las luchas, se centraban en grabar en filmar como todo ardía alrededor, cómo un hombre desesperado se afeitaba la barba cuando sentía que su revolución había fracasado. En ese gesto culturizador, de normatividad incluso, se afeitaba para dejar aquel pequeño pasatiempo de hacer la revolución y pasar a ser un hombre trabajador cuellito blanco made in america.

Claro que we can’t go home again, claro que en aquellas narrativas de señores todo está perdido. Daney dijo de We Can’t Go Home Again que era simplemente otra película de Ray ,fechada en 1973. Se trata como siempre de una película sobre la juventud, posterior al 68, generosa y parlanchina, alucinada y pragmática, violenta y sentimental. En aquellas imágenes el foco era siempre el mismo: aquel hombre que llora dentro de una cueva mirando las sombras que el fuego proyecta en una pared rocosa. Lo que pudo ser y no fue. Ese gesto prolongado por los siglos de los siglos, amén. Sin embargo, allí está Bess Levin, tirada en el suelo, las imágenes en La conjura contra América ya no nos muestran las calles arder, se centran en una mujer que se ha erigido en casa, en cuidados, en movimiento.

 

¡Acción! Bess Levin se traga las lágrimas y en medio de un estallido social y político demuestra en tan solo cinco minutos de ficción que sí, que podemos volver a casa pero

We have to move, EDEN.

 

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